miércoles, 18 de noviembre de 2009

El jugador

Había unos quinientos metros hasta el casino. Tomamos la alameda de los castaños hacia el square, donde dimos la vuelta, y entramos directamente en el casino. El general estaba un poco más tranquilo, porque nuestro ji!, cortejo, aunque muy excéntrico, no carecía de dignidad. Y no había nada de sorprendente en el hecho de que una persona enferma y débil, privada del uso de sus piernas, visitara el balneario. Pero, evidentemente, el general le tenía miedo al casino. ¿Por qué una inválida, y vieja por añadidura, iba a Ia ruleta? Paulina y mademoiselle Blanche caminaban una a cada lado del sillón rodante. Mademoiselle Blanche reía, mostrando una discreta alegría, y de vez en cuando cambiaba palabras triviales con la abuela, de tal manera que ésa acabó llenándola de cumplidos.. Por otra parte, Paulina se veía obligada a responder a las innumerables e incesantes preguntas de la anciana, pregunta cómo éstas: «¿Quién es ése?», «¿Quién es esa mujer del coche?», «¿Es muy grande la ciudad?», «¿Es grande e1jardín», «¿Qué árboles son ésos?», ¿Cómo se llaman esas montañas?», «¿Hay águilas aquí?» «¡Qué tejado tan ridículo!.
Mister Astley, que iba a mi lado, me dijo que esperaba mucho de aquella mañana

Dostoievsky

No hay comentarios:

Publicar un comentario